La Organización Mundial de la Salud (OMS) define la salud como: “El estado completo de bienestar físico, mental y social de una persona, y no solo la ausencia de enfermedad”. Así, según la OMS, para estar sano no sólo debes tener “ausencia de enfermedad” sino que además debes encontrarte completamente bien en lo físico, en lo mental y en lo social. Parece por tanto que la vida sana no es una meta fácil. Y la muerte sería por tanto la culminación de la no-salud. El compendio de todos los malestares. El fin absoluto del bienestar que merecemos y al que aspiramos. Salud, el objetivo. Y su antítesis la muerte
Después de esta introducción me presento. Soy Alberto Meléndez, médico, y me dedico a la salud en la muerte. Sí. En eso trabajo desde hace casi 18 años. Intento que las personas a las que acompañamos en su fase final de vida mueran con salud.
Honestamente quizá no sean 18 años. Quizá sean muchos menos. No tengo claro cuándo descubrí que se podía morir con salud. No recuerdo cuando se hizo visible en mí que era posible acabar esta vida de forma plenamente saludable. No fue un momento, una revelación, no fue un fogonazo de luz. Pero hubo un antes y un después.
Morir sano es morir libre.
Libre de la necesidad de estar en ese “completo bienestar físico, mental y social”. Libre, por entender que esos malestares forman parte de la vida, de mi vida. Como la noche del día.
Libre de la obligación de no tener “alguna enfermedad”. Constatando que una persona sin enfermedad es una persona insuficientemente estudiada por la medicina. Que la ciencia médica y social ha conseguido que creamos que todo malestar, que toda alteración de la normalidad estadística, tiene un nombre en forma de enfermedad o síndrome que puede y debe ser estudiado y tratado.
Libre para aceptar la limitación de la edad. Libre de la esclavitud de ser eternamente joven, de “hacer” cosas sin límite, de simular ser lo que no soy.
Libre para vivir valorando y creyendo firmemente en las capacidades propias para adaptarme a los cambios a la vez que busco y aprecio las energías del otro para caminar juntos.
Libre en fin de la ciencia que defiende que la muerte es el producto de diferentes alteraciones evitables. Libre de creer que morir será un accidente fatal en mi camino (del que mejor no hablar…) en vez de entender que forma parte esencial de este trayecto.
Y en estos más de 18 años más de una vez, de dos y de tres, me he encontrado personas que habían aceptado su enfermedad y las limitaciones que le producían. No con resignación sino con la aceptación que da la confianza. Personas que han encontrado en ellos mismos recursos para adaptarse. Y han celebrado poder ser cuidados por sus seres queridos. Y han sido ancianos, pero también niños. Y creyentes. Y ateos…
Y se han muerto sanos. Porque han vivido sanos. Porque han vivido LIBRES.
(Este post ha sido publicado también en el blog http://www.vivosano.org, de la Fundación Vivo Sano con quién tengo el privilegio de colaborar).